domingo, 28 de noviembre de 2010

el 248017

Sí, soy yo, no hace falta que preguntéis tantos a la vez... he vuelto, he vuelto a mi tierra, pero no, esta no es mi tierra. ¿Dónde se esconden su colores? ¿Dónde han guardado los secretos de cada grano de arena del suelo? Todo ha cambiado, las calles ya no son de arena, el cemento crea aceras y la carretera forma una linea hacia el infinito. Mi casa, nuestro descampado... ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy? ¿Dónde...?
Después de diez años a pan y arroz, con una única identidad un número de seis cifras, he descubierto que la paz nunca volverá... tal vez porque tu tampoco.
Solo hay algo que el hombre no puede destrozar para siempre, y allí lo podía observar, el río de los Caidos, que conecta más alante con un afluente del Miño. Río, que me atormenta en sueños, que atormenta mi memoria, a la otra orilla, una muchacha pelirroja, hermosa hasta en la punta de sus delicados dedos, llena de sangre junto a un hombre con el pelo rizado y negro, con barbilla, que me sonríe, una sonrisa que abarca toda la maldad que puede haber para destrozar a una muchacha llena de inocencia. Mi instinto, mi adrenalina, mi estupidez, me dió el valor suficiente para saltar hacia la otra orilla, mientras el descerebrado limpiaba su cuchillo en el vestido de la niña. Cuando llegué a la orilla, él se giró hacia mí, y el miedo se apoderó de mi cuerpo, y comencé a llorar, y... gritó, gritó, tirando el cuchillo, mientras un brote de sangre que nacía de un cuchillo viajaba por su pecho.
Cuanto me habría gustado ser aquel chico y no yo, el que perdió de vista a su hermana y no llegó a tiempo a salvarla..

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