sábado, 13 de noviembre de 2010

La sonrisa de la muerte.

Hoy, mi padre vino a buscarme a entrenar con prisa, tenía que llevar un ramo de flores al hospital por un encargo, como siempre que coincide, yo se lo llevo, por dos euros, sí dos cochinos euros, pero no hay otra opción. Pasé por media Pontevedra con unas flores horteras, la gente me observaba con cara rara, tal vez pensaban que era tan hortera como para regalarle eso a alguien. Entré en el Hospital Dominguez y fuí a la tercera planta, cuidados intensivos, pasé por un silencioso pasillo, con puertas cerradas, quien sabe lo que había detrás de ellas, busqué en todas las puertas la 315: 303, 304, 305, 317, 316, y por fin, la 315, me planté delante de la puerta, y me dijo una enfermera antes de que hiciera nada: "la de la 315, está en la 312 ahora por aquí, ven" tal vez su sonrisa me chocó, ¿Cómo alguien rodeado de muerte puede estar tan contenta? entré en la habitación. Una señora me sonrió, tenía un gesto cansado y una ojeras fuertes y grandes, del que lleva peleando por alguien varios días con sus noches, pregunté por la que ponía en la tarjeta, se la entregué a una persona que estaba cerca, Begoña, así se llamaba, era una señora mayor, me sonrió, tenía los ojos llorosos, quien sabe tal vez, tenga cancer, tal vez le den horas de vida, igual, tenga una enfermedad nueva, o puede que no sea nada grave, quien sabe... de allí me fuí, pensado. La señora de las ojeras me llamó, me dió 2 euros de propina, le dije que no hacía falta pero me los quiso dar igual; un hospital no es un sitio para prostestar sobre tonterías.
Me fuí, pensando que tal vez, mañana Begoña sea una flor, que adornará el ramo de otra meurte, y que yo pude hacer que sonriese antes de morir, que contemplase la sonrisa de la muerte.

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