lunes, 17 de enero de 2011

El río

Sí, tal vez sea un poco macabra esta historia, pero podríamos decir que gozábamos de cierta felicidad, tal vez nuestra ignorancia nos crecía y nos creía superiores y extremadamente intrépitos y astutos, hasta el punto de poder hacer lo que queramos dentro de lo poco anormal evidentemente, la zona del río y la fuente, era nuestro punto de control, herencia de mi padre, que ahora ha dejado esto de controlar el pueblo y fumar los cigarrillos que le comprábamos al viejo Gustavo, en la taberna de la Oliva. Lo que quiero decir, esque seguíamos siendo felices, aun con la presencia en nuestra mente de Federico. Fue el día de fin de curso, y como siempre, hacíamos un combate para distribuirnos las tierras con Pedro y su banda, en el que cada equipo intentaba tirar al rio a los otros, y el último que qudara ganaba. Naturalmente, Pedro y Federico estaban en el mismo equipo. Este año era especial, ya que terminaban 4º de la ESO y ya estudiarían fuera, comenzando, como dice mi madre, a crear su ser adulto. La partida llegaba a su fin, pronto la mayoría estában en el agua, lejos ya, arrastrados por la corriente del río, quedábamos Juan, Federico y yo, que nos avalanzamos sobre nuestro rival, tirándome encima de él, y haciéndole crujir la cabeza y la espalda contra una roca. Llevados por la corriente no pudimos hacer nada por él. Solo al llegar al puentecito de madera, o más bien a la tabla que comunica las orillas, agarrarnos e ir a buscarlo, o por lo menos a intentarlo.


Tal vez la muerte de Federico, del que nadie quiso buscar los restos en el llamado ahora río maldito, o tal vez el paso de los chicos a Bachillerato, hizo que dejáramos de jugar. Pero Pedro no olvidaba, y a menudo me perseguía con su coche por la carretera en medio de mis carreras nocturnas que hacía para no perder la forma. ¿Quién dijo que un año es mucho tiempo?


Con esta información, no debería pareceros raro que ahora me encuentre paralizado, más cerca de lo que me gustaría del coche de Pedro, cerca del río, y de que tal vez de milagro, me aparte para un lado, y caiga al río, mientras observo como el coche, queda del revés colgando del río, atravesado, y comienzo a carcajadas
y comienza a gritar:
 -¡Jódete cabrón, jódete, jódete cabrón! ¡Jóde...
Algo me interrumpió y no me dejó acabar, solo pude observar el suelo, y ver como una mano huesuda me agarraba del tobillo.

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