El frío congelaba mis manos y cortaba mis labios, estaba deseando entrar en casa, cuando mientras cogía la llave en el bolso, pisé algo, era...un pie desnudo, grité, los pelos se me pusieron de punta, pero, en seguida reconocí a Lourdes, la vecina de la casa de color pastel que estaba en alquiler, alquiler que ya estaba a punto de acabar, le quedaban aproximadamente uno o dos días.
-¡Qué susto me acabas de dar! ¿Qué haces desnuda? ¿Te has vuelto loca? Entra, y me lo explicas todo!
Con cierta torpeza, abrí la puerta, y la dejé pasar, cerrándola, para que no entrase frío.
-¿Que te ha pasado? ¿Y todas esas heridas? ¿Y tu ropa?
-Verás, hace tiempo que... mi hijo, el mayor... me maltrata...
-¿El pequeño Samuel?- dije, asombrada, mi congelado cerebro no daba crédito a lo que oía.
-Me echa la culpa por tener que mudarnos cada cierto tiempo- cosa que era verdad, ya que no paraba en un sitio más de dos meses, además siempre que tenía ocasión, le enseñaba fotos con antiguos vecinos, con los que al igual que con los de aquí, se había ganado muchas confianza y ternura.- Comenzó con insultos, amenazas, poco después se unió Pedro... me echaban la culpa de la muerte de Juan... pero pronto, comenzaron a golpearme.
-Dios mío... es... horrible... Vete a mi armario y coge lo que quieras, seguro que tienes frío... -dijo contemplando pensativa su desnudo cuerpo.
Mientras Lourdes buscaba un vestido que le quedara bien, yo intentaba asimilar toda la información tan nueva y sorprendente, observando una botella de leche con la mirada perdida. Y en ese momento, sonó el teléfono.
-¿Quien?
-Señora Viñas, soy Samuel...
-¿Samuel...? ¡Com..! -justo en el momento que comenzaría a reprocharle la paupérrima situación de mi amiga y vecina, me interrumpió, con una voz llevada hasta el extremo del nerviosismo.
-¡Escúcheme! Tenga cuidado, si mi madre va a su casa, bajo ninguna circunstancia le abra la puerta, usted... ¡Usted es la siguiente! -En un intento de girar la cabeza, anonadada, la manga de mi chaqueta malva, mi chaqueta preferida, me agarró por el cuello, mientras sentía como me fallaba la respiración, y exhalaba mi último aliento.
Al día siguiente, mientras el cartero dejaba las cartas en el número 3 de la calle Miércoles, del número 5, salía un paquete de carne para los pobres, entre cajas de mudanza.
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