jueves, 2 de diciembre de 2010

Los prismáticos.

 Ya no lo aguanto más, no puedo seguir ignorándolo.
 Hacía tiempo, que el perturbado de las gafas de aviador y bigote de morsa salé a las 7.30 del jardín de la casa amarillo chillón, allá donde se definen los últimos márgenes de la zona de caza, lugar con tan buenos amaneceres desayuno cada día, justo fue en uno de esos momentos de mi vida que dedico a otear el horizonte, cuando vi al perturbado con el cachorro de los Cochón colgado de sus brazos muerto, fue ese día, el día en que comencé a encerrarme en mi cuarto, mientras sigo todos los pasos del muy desgraciado con los prismáticos que me regaló el tío Pedro, cuando comencé las terapias con Úrsula (mi psicóloga, de la que ya hablaré en otra ocasión) según me dijo él, para comprender la fina diferencia entre lo ficticio y lo real, y cruzar esa fina linea. A la vez que comprobaba que mi investigación era cierta, comenzaba a pegar apuntes sobre sus movimientos en la puerta, anotando movimientos, sensaciones, horas, segundos, minutos, ya que su vida era extremádamente monótona.
 Cuando la investigación estaba concluyendo, para poder informar a la policía, desaparecieron todos mis apuntes de la puerta. Creándome una angustiosa sensación de vacío, y por si fuera poco, el perturbado ya no aparece por ningún sitio, hasta hoy. Mientras con los prismáticos buscaba una pista, lo encontré, con su mirada puesta...en mí. Ya no lo aguanto más, no puedo seguir ignorándolo, la policía no me creerá, carezco de pruebas concluyentes, mi privilegiada mente de doce años comenzó a divagar, y pronto encontré una rápida solución, el hombre no conoce el pueblo, ya que es recién llegado, por eso ahora me encuentro en medio de una persecución, ya que su pobre mente, tan estrictamente cerrada a lo excesivamente diabólico, no dudaría en perseguirme, viendo la escena como una clara oportunidad de concluir con su asunto.
Reconozco, que hay la mínima posibilidad, de que con los nervios amontonados en mi cabeza, haya perdido un poco la orientación, encontrándome al lado de un río... con dos caminos diferentes, con ambos tan difuso destino para el narrador. Tal vez un milagro, tal vez el azar, quiso salvarme, cuando un ciervo, de los que pocos cazadores tienen oportunidades de ver. El animal, continuó el camino a una velocidad ciertamente asombrosa, mientras yo, petrificado, permanecí en el medio del regato, con los tobillos mojados, cuando, un sonido seco y monstruoso para mi destino, fue producido por un arma de fuego, creando, una mezcla rojiza pálida en el musgo que cubría las piedras que marcaban las extensiones del agua, y una distorsión en mi realidad.

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